domenica, novembre 07, 2010

A TraveL


Llueve. La radio suena. La noche inundada por el invierno se resbala por los vidrios del auto. Los cerros iluminados por la luna imaginaria dejan entrever una leve silueta por la ventana trasera. Ojos mirando a lo lejos, bocas moradas en silencio, entre las penumbras de los árboles, sombras inimaginables de lo absorto.


El viento choca, el vidrio grita contra el auto, sus gemidos se cuelan por entre el radiador y la música. El cielo canta, cantando desnudo, susurrando en bemol con La, en menor de Sol, en mayor de negro.


Los cuerpos se acercan, la mujer al hombre, el hombre a la mujer, la mujer al niño, el niño al hombre, centímetro a centímetro, en son de carnes y calor, de calor y recuerdos, el sonido del temblor anuda los cuerpos en un solo cuadrado.


El cielo revienta, los cerros se mueven, el mar se rompe. La radio claudica, las horas no suenan, los hombres dejan de ser hombres. El temblor se esparce sobre el cemento sureño.

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