domenica, agosto 03, 2008

Nueve Libros para el que lee

Releyendo las noticias, recordando a mi profesor Camilo, suspiro mientras escucho los sonidos melancólicos que por la nocturna me acompañan al meditar. Pienso en el gobierno, tengo que pensar en él, escucho los programas que desde mi “living room” resuenan por el pasillo de la casa, pienso en las políticas de protección social para familias de bajos ingresos de nuestro país y, aunque trato de comprender, pensado y pensándolo, sigo sin entenderlos.

Durante mi infancia, y desde siempre, en mi familia los libros han sido importantes, mi abuelo materno siempre ha sido un asiduo lector de filosofía y política, por otro lado, mi padre tenía la misma inclinación por la literatura dialéctica. Por tanto, en mi casa siempre hubo muchos libros, ediciones de hojas livianas, pesadas, de tapas gruesas, rojas y/o azules. Por ello, se me hace inevitable regresar a la realidad y pensar en la iniciativa que el gobierno está impulsando. Se me hace imposible creer que “estos regalos” son regalos sin posibilidad de cambio, sin boleta ni opción de elegir, más aún, sin autores por tincada o recomendación, restringidos como siempre a que los pobres lean todos lo mismo. Nueve libros, nueve en todos los hogares y sin posibilidad de reclamo.

Intento imaginarme pequeña, viviendo en otra infancia, otra realidad, tal vez, con muchos hermanos, sin padre o madre, sin comida, mirando desde mi diminuto ser hacia algún estante empolvado, observando mesitas de mimbre en las que algunos libros reposan, mientras, mi madre trata de cuidarlos de mis fieras manos de niña...

...pero no, es imposible, imposible pensar tan perfecto, entender tal ayuda y sentir felicidad por aquellas familias, aunque, aclaro, siempre son bienvenidos los regalos, mas es insuficiente un maletín con nueve libros para hacer entender a lectores sin costumbre el “por qué” de leerlos. Hacerlos pensar que ese maletín, realmente, hará la diferencia en sus vidas. Por esto, meditar aquel regalo me hiere un poco, me hiere al sentir que mi país no quiere ser más que un país controlador y no un país elegido, porque, como ya mencioné, ni siquiera los beneficiados pueden elegir a los autores, color o dificultad léxica deseada para leer los libros d ese pequeño maletín, por ello siento, más aún, que no tan sólo los pobres son pobres, sino que toda nuestra fuerza lo es, ya que nadie hace algo en contra de este “regalo hermoso” , nuestro gobierno, a nadie le interesa.

Las migajas nunca serán suficiente par todos

Sin embargo, esas migajas tienen en su “maletín” a Gabriela Mistral o a Pablo Neruda, quienes, sé, hubiesen querido que, no sólo se leyesen sus escritos como maquinas "blabla", sino, que, como ya alguna compañera de clases dijo: “que se lea enseñándoles por qué lo leen”. Pero es pedir demasiado y, tal vez, esa búsqueda del ser enseñados estaría abrazada con la LGE, claro, el maletín es un complemento educativo para todas las familias pobres de mi país. Pero, sinceramente, no lo creo y, aclaro, es un chiste lo mencionado.

Cuando hablo de pobreza, no me refiero exactamente al dinero, ni a la mugre o mierda de algún baño público, me refiero a esa carencia del espíritu, esa que los políticos de ciertos países practican. Por eso es que cuando me imagino a 1400 familias pobres de nuestro estrecho y largo país recibiendo nueve libros por hogar, no vislumbro cómo en nueve libros podríamos entregar algo de cultura y nutrir correctamente a esas familias para que surjan.

Por eso es que hoy, mientras viajaba a mi casa, pensaba que todo esto sería diferente en un comunista sin restricciones internacionales. Sé que es, quizás, para algunos ridículo decirlo, leerlo u oírlo, pero, ciertamente, pasó. Pensé en la historia de mi viaje, el micrero era un vecino que usaba un gran transporte y que los que viajaban conmigo en ese momento lo hacían porque el vecino aventaba a cualquiera que le sirviera el tramo. Luego, imaginé que mi ropa había sido un canje por ropa de otro y que mis zapatos los había sacado de una bodega enorme junto a miles de pares de otros zapatos. Luego, pensé en mi familia, en sus trabajos, en que los centros públicos eran “públicos” y que sus trabajadores eran remunerados con lo que la gente entregara por sus servicios, en este caso con carne de vaca, pollo, legumbres, tomates, huevos, etc. Y así, seguí pensando hasta que cayó el sueño, llegué a mi casa y recordé que tenía hambre, que había perdido mi pase escolar y que si el micrero no me hubiese reconocido no hubiese podido llegar a mi casa por 300 pesos. Que comunista.

Si bien sé que lo anterior para algunos no parece acercarse al tema del “Maletín Literario”, mas, para mí va sumamente unido. Es esa relación de pobreza de alma de nuestros dirigentes políticos, la carencia de valentía, la apatía y la conformidad de nuestra gente lo que todo relacionan y que convierten a esas 1400 familias de maletines literarios pro solidaridad en una burla de nuestra “cultura”.

Yo no creo en la LGE, ni en el Plan Auge, no creo en los Fondos Mutuos, no creo ya ni en el subsidio habitacional y no creo en el voto aunque sea ciudadana. Por todos esos sumados “no creo” trato de pensar como si a mí me regalasen aquel maletín y siento que si fuera así creería en aquella maleta, que no es maleta ni maletín, y que realmente mi gobierno me ama y me respeta. Mas sé que son una pila de libros recolectados para gente que “regalada” con poco se siente feliz y considerada, gente que aceptaría un cintillo o una piedra pintada, mientras sea regalado todos felices.

Es imposible que exista una crítica real a esta iniciativa, primero porque los pobres no van a criticar el caballito regalado y por otro lado, los que no son tomados dentro de esas 1400 familias de escasos recursos no están interesados en pelear por las batallas de otros. Por ejemplo, jamás un burgués, un empresario, un empleado público, léase, médico, abogado, profesor, matrona, etc., va a debatir si quiera esto, porque no está en su realidad ni tampoco lo estará algún día, por tanto, no es tema. Por ende, el gobierno siempre podrá seguir sus impulsos de “mejora” sin mejorar nada, porque a nadie de la “media chilensis” le importa si sirve o no lo que se está implementando. Como diría un chileno cualquiera, literalmente: Nueve libros para el que lee es un pico pa’l que lee.

¿Qué pasaría si nosotros, los universitarios, paráramos nuestras faenas escolares por maletines, desayunos, ollas comunes de mala repartija en pos de conseguir mejoras para con ellas?

Nada.

Porque nada de nuestras manifestaciones será barricada, tanque o armada para los que reparten las migajas de las ganancias de nuestro Chile. El sólo hecho de pensarlo me avergüenza. En nuestro país siguen las diferencias, las creencias de que siendo rubio eres bonito, pensando que debes vivir locamente y gastarlo todo para saber lo que es vivir o sino eres un nerd rechazado, que debes vivir en tal y tal parte, usar tal y tal ropa, jugar tal y tales modos para reír, tantas fruslerías, tantas que hacen algo ingente y real como una cultura basada en ello, alimentada en el egocentrismo, individualismo y la inutilidad de todo. Inutilidad del aprendizaje del pobre, de la superación del hambre y de la ignorancia, porque todo se vota, se agota con 50% de descuento o por remate, porque todos somos nada y nadie es indispensable, a nadie le importa enseñarle al pobre, ni que el pobre nos enseñe como no ser tan miserables teniendo dinero.

¿Y qué importa si he de vivir pensando en ser útil sin servir a propósitos narcisistas?

Todos somos importantes, todos absolutamente todos debemos creer que somos nuestro centro y ayudar por tanto a todos porque juntos hacemos una fuerza gigante e indestructible, esa fuerza que se sujetará en la vida del que perece mortal por sobre la nueva enseñanza de ayudar al igual, al hombre, la mujer, al humano, al animal, al insano que quiere ser individual y tanto necesita de todos para saberse importante. Por eso, me rehúso a pensar que la pobreza será erradicada sin enseñar, sin mostrar que todos somos uno y que uno no es nadie. Por esto, nuestros políticos no hacen política pues, evidentemente, sólo nos corderizan y, les daré crédito, lo hacen bastante bien.

Quisiera creer que no es malo servir a la nación, querer a nuestra patria, ayudar a los desvalidos, alimentar al hambriento, enseñar al ignorante, lavar al inmundo, aprender del grosero, enseñar a llorar al impávido, practicar la maternidad sin ser madre, ser hermana sin haber venido del mismo vientre, ser profesor todos los días sin esperar que me paguen por serlo, esperando del resto lo mismo que yo entrego, como una especie de efecto en cadena, ser un real político en cadena de favores, cual película gringa, aunque sin desear un oscar ni una estrella en el camino. Por ello creo que si se puede abrir el maletín mental de muchos, de esos que abrigan esperanzas reales y que desean convertir esos nueve libros en mil, dos y cuatro mil en un intercambio ingente de enseñanzas, intentando eliminar a ese círculo de maletas que, en la realidad, nueve, ocho, siente, seis…dos, una veces serán leídos por cada casa pobre que sea “beneficiada” en mi país.