giovedì, maggio 22, 2008

Compañeros


A esta hora de mi vida, me siento sobre algunos pasajes, hojas manchadas de tiempo, escuálidas tapas, rojas, negras y de platinadas separaciones, sueños entre inviernos albergados en alguna cama romántica y una lejana realidad de siglo nuevo. El café se revuelve en mi boca mientras la mañana fría se abre. Lejos de Santiago, me dispongo a sincerar los secretos en la preferencia de algunos coleccionados, abandonados y/o leídos. Philip Glass resuena en mi computadora con su Mad Rush en su segundo minuto.

Sobre mi escritorio los recuerdos reclaman atención. Un Alcalá Zamora me dice que la tarea de francés aún espera ser resuelta; Ulises I, reprocha mi conducta universitaria, creyendo que con eso animaré al tiempo a hojearlo por segunda vez -creo que está un tanto celoso de mi guitarra-; Fiodor M. Dostoyeski, desde sus obras completas envidria sus ojos - rara vez lo he visto llorar, pero creo que lo hace para que lo acaricie- al final de “pobres gentes”; una Historia Universal, de Secco Ellauri, se mofa de los demás - esta madrugada algún trabajo renacentista ha sido cocinado-; mis compañeros de investigación ansiosos observan.

Hace unos meses cambié de hogar y de mi biblioteca no queda mucho. Me traje algunos libros; Donoso, García Márquez, Reyes de Matta, Sartre, Hegel, Richards, Jonathans Swift, Picasso, Schirmer/Dosel, Platón, C. Ruiz Zafón, por nombrar algunos náufragos de mi tragedia hogareña.

¿Desde dónde?

Algunos llegaron como regalos desde un tiempo maravillado, otros, por obligación han sostenido notas y reducido mi tiempo a lámparas de escritorio o mal dormir; en tanto, algunos más, han sacudido mis penas para recordarme que el sufrimiento es parte de todos y siempre será mucho mejor si es tuyo y no ajeno. Son míos

Son para mí como los zapatos, como las blusas, son como un perfume, como tu cama, pues te significan a pesar de que has leído algunos que no te han gustado, demuestran “tus inclinaciones” y orientan a los desconocidos a entablar diálogo contigo. Te acusan de tus pecados más íntimos desde sus títulos, desde sus ediciones a tu clase, desde sus novelistas a tu calaña, de su finalidad a tus retorcidos deseos, etc.

Eres Silenciosa..

Nunca hablo de lo que leo, pero, por favor, no pensar que es por avergonzarme de tal cosa, es tan sólo que siento un poco de segregación en aquel tema frente a otros. Quizás sea esa especie de pequeña altanería emanada de algunos la que repele mi capacidad de compartir títulos, altanería de las bocas de los que siempre andan con un tema literario para discutir y que siento que no es necesario hacer, sólo a veces. Mi intimidad no es para el resto, sino es para los de papel, para ellos lo que siento cada vez que los leo.

A veces siento que al igual que la música, los libros, mis libros, descubren una parte escondida de mí, esa parte tímida, desprovista de fuerza, silenciosa y tranquila, esa parte aislada, sobrecogida por el mundo, infanta, crédula que sólo comparte con ellos, que sólo se deja fluir en aquella intimidad. Lugar que reúne vacíos, asmas y recupera el aliento al partir sus miedos y entregarlos a historias ajenas para regarlos sobre alguna almohada de alguna otra parte fuera de mi país.

Libros, siempre he sentido por ellos un cariño particular, queriendo siempre que todas mis ediciones sean originales y/o cuidándolos, es algo que me es imposible evitar y sé que proviene de algún recuerdo borrado que atesoro, aunque no sé quién inculcó en mí tal cariño por su vida útil. Objetos de devoción, de encanto, magia, política, filosofía y lírica necesarios en cualquier lugar, son, como dije, el perfume francés que azota la percepción de cualquier que desee notarte.

Tree

Sin embargo, siento un poco de miedo por su futuro. No es porque entre la gente no sean populares o porque los nuevos son siempre los más caros, por temor a que dejen de consumirlos, sino, por la cantidad de gente que existe en este planeta y que irá en aumento siempre y por la disminución de las reservas forestales. La celulosa arma a estos colosos de la cultura y el verbo, y se desarman los mismos por construirnos a nosotros. A estas alturas, no sé cómo equilibrar esto con alguna idea, porque nada hará que alguno pierda su importancia, ni salvará más o menos al otro de la extinción…

Tic Tac

El tiempo ha hecho que por nuestra red virtual, ediciones de libros estén disponibles para todos (o algunos pocos), mas estoy segura que muchos siempre preferirán imprimirlos, tenerlos como objeto de medio kilo o menos sobre algún pupitre o cómoda, provocando que al final obtenerlos sea sencillo pero, de todas maneras, dando la menor importancia a cómo dejarlos con nosotros por más tiempo, una burla para su finalidad.

Son letras, comas, palabras, puntos aparte, seguidos, entre lineados, paréntesis, cursivas, mayúsculas, agudas, graves, puntos y comas, que están ahí sin ser recordados pero reconocidos por nuestra entonación subconsciente que nunca les da las gracias por la buena gramática.

Sentada a un lado de la estufa a gas, una pila de fotocopias de Hauser, Ramírez y Proust esperan, en tanto, una pila de discos y se ríen a carcajadas de las obras que aún no termino, mofándose de aquellos compañeros de soledades, inviernos, resfríos y desamores que empolvados duermen para evitar recordar su descanso forzado. Mas ellos lo tienen todo, ese devenir, el ser vueltos a hojear, ser tocados por primera vez y otra vez primera, ese perfume significativo y único que siempre recordaré y diferenciaré en cada uno y por sobre cada uno, ese recuerdo de su entrega, la memoria de lo que vivimos.

domenica, maggio 11, 2008

Die Leiden des Jungen Werthers

(…) Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no puedo desechar de mí esta idea. Cuando considero los estrechos límites en que están encerradas las facultades activas e investigadoras del hombre; cuando veo que la meta de nuestros esfuerzos estriba en satisfacer nuestras necesidades, las cuales, a su vez, sólo tienden a prolongar una existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre ciertos puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa que una resignación meditabunda, y que nos entretenemos en bosquejar deslumbradoras perspectivas y figuras abrigadas en los muros que nos aprisionan (…)

Las Penas del joven Werther, p 7,Johann W. Goethe.


Comenzaré por recordar lo que pienso del siglo XVIII. Fue un siglo razonable y revolucionado, conocido por todos como el siglo de las luces, fue, no sólo impulsor de cambios religiosos como el Teísta y Materialista; fue también el padre de la ciencia moderna; corrector forzado de las monarquías preexistentes; afianzador de la clase media; enemigo del pensamiento ordinario; simpatizante de la Revolución Francesa; amigo del liberalismo, de Voltaire y Rousseau; aquel período, además, representó a todo hombre que quisiera ser leído y albergó así a Goethe con su romántico libro Werther.

Sin embargo, a pesar de lo dicho debo reconocer que mis palabras anteriores fueron forzados y declarados por libros antiguos, reediciones de otros y conocimientos que nunca estarán a la par con la realidad de quienes hacen la historia o son contemporaneos. Sus asesinados y los asesinos no claman por nada más que paz, los leo y sólo sangre entre hojas huelo, sangre de escritores "fortunatos", salvados de las pestes, hambre, ajenos al pueblo, mas nunca al miedo, por eso los puedo releer. Pero, a pesar de sensibilizarme con ellos; odiar, llorar y escupir; a veces, sus tergiversaciones me imposibilitana escribir con la pasión de sus descubridores.

Es casi imposible palpar toda su razón, su cambio de paradigma, sus revoluciones sociales, matemáticas y en casi toda su oratoria. Porque todo lo que implicó en esos nueve puntos mencionados de la historia, fueron más que puntos y comas en este escrito. Pedazo de papel que nunca ha deseado tocar lo insulso y que pretende explicar la razón de haber leído a “Las penas de Werther”, aunque canse y paresca pesado el inicio de este escrito.

A comienzos del siglo XXI no tenía diez y siete, miraba de reojo los libros de mi padre, mi cabeza estaba inundada de tristezas, ansiaba la explicación del por qué era en ocasiones tan extremista y solitaria.

Fue una noche, de las tantas que cobijó mi cuarto, la que abrió el corazón de un siglo deprimente en otro tan romántico como suicida. Tenía menos de la mayoría de edad cuando, de alguna manera, necesité del él para sentirme representada. Mi joven Werther.

Los mártires adolescentes siempre han sido imán de más adolescentes sufridos, las novelas de sangre y odio siempre han clamado por ser releídas y estudiadas por los que una vez fueron jóvenes, en tanto, esos jóvenes creen que jamás van a dejar de serlo, perdiendo así la batalla de sentir para abrir paso a su enajenación total. Y heme aquí, recordando que fue en mi casa de San Miguel cuando abrí un libro alemán, de portada roja, empastado, original y que sólo me repetía al desamor, que sólo ahora admito mi dependencia a lo destructivo, dependencia a una adolescencia martir.

Werther era el amante deseado por cualquier adolescente herida, era el amigo perfecto para los cobardes enamoradizos, mi interés por un tiempo breve, analgésico para la discapacitada catarsis y la realidad necesaria de otro en un tiempo que no deseaba suyo.

Él, fue un hombre deseable, existencialista, apasionado, creativo, pintor, loco, profundo, perceptivo y de alma amante, quien podía en cualquier momento dejar todo por su coprotagonista Lotte, mujer que nunca pudo apartar sus intereses del buen futuro de los matrimonios por apellido.

Las penas del joven Werther” fue un breve pasaje al morbo, a un destino fatal que muchos desearían concretar, fragmento amigable para un adolescente llorón, emo, grunge, placebo o, tal vez, para una persona que desee sentir el drama desde otro cuerpo, como una vitrina cercana pero muerta, que revive a los olvidados, como si releyéndolos fuéramos mas que morbosos y nos sintiéramos cercanos a tocar a la literatura del siglo XVIII. Los pasajes lúgubres de la cabeza de aquel enamorado dedicaban los detalles de la locura, un amor imposible que caminaba entre las diferencias sociales de los amantes y que odiaba a un antagonista perfecto, aristócrata, viajero y negociante que en un siglo XVIII o en un XXI cualquier mujer querría de esposo, cualquier mujer que no quiera trabajar nunca más en su vida.

Nos encanta la desgracia

Werther enloqueció, leyó con Lotte algún libro final mientras sabía que no podía hacer más que podrirse mientras la sociedad no se preocupaba de lo que un hombre común y sin fortuna sintiera.

¡Qué importan dos amantes! ¿Qué importa la vida? ¡Cómprate un futuro! Cómprate una casa ¡Olvida al muerto de hambre, al pintor, al escultor! De amor nadie existe, porque de pan se sostiene la marcha.

(…) Te suplico tengas piedad de mí, porque esto es hecho; ya no podré soportar más tiempo mi situación…Su imagen me persigue: que duerma o que vele, ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los párpados, en el cerebro, donde se encuentre la potencia de la vista, distingo claramente sus ojos negros. Es imposible que explique esto. Me duermo, y los veo también: siempre están allí, siempre fascinadores como el abismo… Y cuando bate sus alas en el cielo de los placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado de que es débil y pequeño, él, que esperaba perderse en lo infinito? (…)

Las Penas del joven Werther, p. 64, Johann W. Goethe.

Finalmente, “Die Leiden des Jungen” me recuerda lo frío del invierno, las visiones de un depresivo, el llanto de un esquizofrénico, las diferencias entre los hombres, la necesidad por necesitados y a mi reflejo bajo la literatura amarga que llorosa huye de mi adolescente pasado. Porque no es necesario borrarse bajo una línea de blancas nieves, porque los destinos griegos son buscados en nuestras novelas diarias, tal vez, sea necesario recordar los pasajes de la desgracia ajena y/o ficticia para notar por qué el imán de lo oscuro atrae tanto a la cura anhelada de los apenados mortales. Mas nunca fui morbosa, sólo necesité a Werther para reflejar lo que nunca hice.