Hace algunos meses que abandonaron Lima. Bernardita ya tenía nueve meses de embarazo y Cléber aún no conseguía un trabajo estable. Vivían en un cuartito de dos por dos en República. Cléber, trabajaba en el centro como vendedor de celulares robados, por el sector de
Era un cuatro de abril, las seis de la tarde recordaban al nerviosismo, Cléber Flores fumaba desesperado por los pasillos blancos e higiénicos del Hospital San José, el movimiento de las camillas, los minusválidos quejosos, los virulentos ancianos, no hacían más que incomodar al incaico extranjero. Flores, sudaba, su camisa apretaba sus pulmones, la cicatriz en su mano izquierda le recordaba que al extranjero no lo quieren en Chile cuando es peruano. Escuchó gritar a Bernardita.
Recordó cuanto la amaba, la noche que le dijo que fuera suya, el plato favorito de su abuelo, pensaba en las cosas que tuvo que abandonar, en tanto, entre sollozos rezaba:
“Por Dios Virgencita, ayuda a mi Negra, ayúdala que no quiere oírme”
Paramédicos, enfermeras, auxiliares, el enfermo de la sala tres, la señora de la risa contagiosa y el Doctor Mena, intentaban tranquilizar a
“Suéltenme… ustedes no nos quieren, no nos quisieron atender porque nos dicen cholos…”
La enfermera calmó a la mujer, Bernardita lloraba, sentía mucho dolor, la epidural ya no existe, la morfina ayuda. Santiago llama a Simón Bolivar, San Martín vuelve a cruzar la cordillera, Víctor Jara toca el “tinku”, el altiplano se abre, la sonrisa de Cléber se asoma por su rostro, Intillimani clama por Atahualpa Yupanqui en las alturas, Uruguay llama a Eva Ayllón con su tamalito, Bernardita tiene una hermosa niña, una niña que será chilena, una niña que quizás será una Eva en el futuro de nuestro pueblo.
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