(…) Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no puedo desechar de mí esta idea. Cuando considero los estrechos límites en que están encerradas las facultades activas e investigadoras del hombre; cuando veo que la meta de nuestros esfuerzos estriba en satisfacer nuestras necesidades, las cuales, a su vez, sólo tienden a prolongar una existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre ciertos puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa que una resignación meditabunda, y que nos entretenemos en bosquejar deslumbradoras perspectivas y figuras abrigadas en los muros que nos aprisionan (…)
Las Penas del joven Werther, p। 7,Johann W. Goethe.
Comenzaré por recordar lo que pienso del siglo XVIII. Fue un siglo razonable y revolucionado, conocido por todos como el siglo de las luces, fue, no sólo impulsor de cambios religiosos como el Teísta y Materialista; fue también el padre de la ciencia moderna; corrector forzado de las monarquías preexistentes; afianzador de la clase media; enemigo del pensamiento ordinario; simpatizante de
Sin embargo, a pesar de lo dicho debo reconocer que mis palabras anteriores fueron forzados y declarados por libros antiguos, reediciones de otros y conocimientos que nunca estarán a la par con la realidad de quienes hacen la historia o son contemporaneos. Sus asesinados y los asesinos no claman por nada más que paz, los leo y sólo sangre entre hojas huelo, sangre de escritores "fortunatos", salvados de las pestes, hambre, ajenos al pueblo, mas nunca al miedo, por eso los puedo releer. Pero, a pesar de sensibilizarme con ellos; odiar, llorar y escupir; a veces, sus tergiversaciones me imposibilitana escribir con la pasión de sus descubridores.
A comienzos del siglo XXI no tenía diez y siete, miraba de reojo los libros de mi padre, mi cabeza estaba inundada de tristezas, ansiaba la explicación del por qué era en ocasiones tan extremista y solitaria.
Fue una noche, de las tantas que cobijó mi cuarto, la que abrió el corazón de un siglo deprimente en otro tan romántico como suicida. Tenía menos de la mayoría de edad cuando, de alguna manera, necesité del él para sentirme representada. Mi joven Werther.
Los mártires adolescentes siempre han sido imán de más adolescentes sufridos, las novelas de sangre y odio siempre han clamado por ser releídas y estudiadas por los que una vez fueron jóvenes, en tanto, esos jóvenes creen que jamás van a dejar de serlo, perdiendo así la batalla de sentir para abrir paso a su enajenación total. Y heme aquí, recordando que fue en mi casa de San Miguel cuando abrí un libro alemán, de portada roja, empastado, original y que sólo me repetía al desamor, que sólo ahora admito mi dependencia a lo destructivo, dependencia a una adolescencia martir.
Werther era el amante deseado por cualquier adolescente herida, era el amigo perfecto para los cobardes enamoradizos, mi interés por un tiempo breve, analgésico para la discapacitada catarsis y la realidad necesaria de otro en un tiempo que no deseaba suyo.
Él, fue un hombre deseable, existencialista, apasionado, creativo, pintor, loco, profundo, perceptivo y de alma amante, quien podía en cualquier momento dejar todo por su coprotagonista Lotte, mujer que nunca pudo apartar sus intereses del buen futuro de los matrimonios por apellido.
Werther enloqueció, leyó con Lotte algún libro final mientras sabía que no podía hacer más que podrirse mientras la sociedad no se preocupaba de lo que un hombre común y sin fortuna sintiera.
¡Qué importan dos amantes! ¿Qué importa la vida? ¡Cómprate un futuro! Cómprate una casa ¡Olvida al muerto de hambre, al pintor, al escultor! De amor nadie existe, porque de pan se sostiene la marcha.
(…) Te suplico tengas piedad de mí, porque esto es hecho; ya no podré soportar más tiempo mi situación…Su imagen me persigue: que duerma o que vele, ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los párpados, en el cerebro, donde se encuentre la potencia de la vista, distingo claramente sus ojos negros. Es imposible que explique esto. Me duermo, y los veo también: siempre están allí, siempre fascinadores como el abismo… Y cuando bate sus alas en el cielo de los placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado de que es débil y pequeño, él, que esperaba perderse en lo infinito? (…)
Las Penas del joven Werther, p. 64, Johann W. Goethe.
Finalmente, “Die Leiden des Jungen” me recuerda lo frío del invierno, las visiones de un depresivo, el llanto de un esquizofrénico, las diferencias entre los hombres, la necesidad por necesitados y a mi reflejo bajo la literatura amarga que llorosa huye de mi adolescente pasado. Porque no es necesario borrarse bajo una línea de blancas nieves, porque los destinos griegos son buscados en nuestras novelas diarias, tal vez, sea necesario recordar los pasajes de la desgracia ajena y/o ficticia para notar por qué el imán de lo oscuro atrae tanto a la cura anhelada de los apenados mortales. Mas nunca fui morbosa, sólo necesité a Werther para reflejar lo que nunca hice.
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