A esta hora de mi vida, me siento sobre algunos pasajes, hojas manchadas de tiempo, escuálidas tapas, rojas, negras y de platinadas separaciones, sueños entre inviernos albergados en alguna cama romántica y una lejana realidad de siglo nuevo. El café se revuelve en mi boca mientras la mañana fría se abre. Lejos de Santiago, me dispongo a sincerar los secretos en la preferencia de algunos coleccionados, abandonados y/o leídos. Philip Glass resuena en mi computadora con su Mad Rush en su segundo minuto.
Sobre mi escritorio los recuerdos reclaman atención. Un Alcalá Zamora me dice que la tarea de francés aún espera ser resuelta; Ulises I, reprocha mi conducta universitaria, creyendo que con eso animaré al tiempo a hojearlo por segunda vez -creo que está un tanto celoso de mi guitarra-; Fiodor M. Dostoyeski, desde sus obras completas envidria sus ojos - rara vez lo he visto llorar, pero creo que lo hace para que lo acaricie- al final de “pobres gentes”; una Historia Universal, de Secco Ellauri, se mofa de los demás - esta madrugada algún trabajo renacentista ha sido cocinado-; mis compañeros de investigación ansiosos observan.
Hace unos meses cambié de hogar y de mi biblioteca no queda mucho. Me traje algunos libros; Donoso, García Márquez, Reyes de Matta, Sartre, Hegel, Richards, Jonathans Swift, Picasso, Schirmer/Dosel, Platón, C. Ruiz Zafón, por nombrar algunos náufragos de mi tragedia hogareña.
¿Desde dónde?
Algunos llegaron como regalos desde un tiempo maravillado, otros, por obligación han sostenido notas y reducido mi tiempo a lámparas de escritorio o mal dormir; en tanto, algunos más, han sacudido mis penas para recordarme que el sufrimiento es parte de todos y siempre será mucho mejor si es tuyo y no ajeno. Son míos…
Son para mí como los zapatos, como las blusas, son como un perfume, como tu cama, pues te significan a pesar de que has leído algunos que no te han gustado, demuestran “tus inclinaciones” y orientan a los desconocidos a entablar diálogo contigo. Te acusan de tus pecados más íntimos desde sus títulos, desde sus ediciones a tu clase, desde sus novelistas a tu calaña, de su finalidad a tus retorcidos deseos, etc.
Eres Silenciosa..
Nunca hablo de lo que leo, pero, por favor, no pensar que es por avergonzarme de tal cosa, es tan sólo que siento un poco de segregación en aquel tema frente a otros. Quizás sea esa especie de pequeña altanería emanada de algunos la que repele mi capacidad de compartir títulos, altanería de las bocas de los que siempre andan con un tema literario para discutir y que siento que no es necesario hacer, sólo a veces. Mi intimidad no es para el resto, sino es para los de papel, para ellos lo que siento cada vez que los leo.
A veces siento que al igual que la música, los libros, mis libros, descubren una parte escondida de mí, esa parte tímida, desprovista de fuerza, silenciosa y tranquila, esa parte aislada, sobrecogida por el mundo, infanta, crédula que sólo comparte con ellos, que sólo se deja fluir en aquella intimidad. Lugar que reúne vacíos, asmas y recupera el aliento al partir sus miedos y entregarlos a historias ajenas para regarlos sobre alguna almohada de alguna otra parte fuera de mi país.
Libros, siempre he sentido por ellos un cariño particular, queriendo siempre que todas mis ediciones sean originales y/o cuidándolos, es algo que me es imposible evitar y sé que proviene de algún recuerdo borrado que atesoro, aunque no sé quién inculcó en mí tal cariño por su vida útil. Objetos de devoción, de encanto, magia, política, filosofía y lírica necesarios en cualquier lugar, son, como dije, el perfume francés que azota la percepción de cualquier que desee notarte.Tree
Sin embargo, siento un poco de miedo por su futuro. No es porque entre la gente no sean populares o porque los nuevos son siempre los más caros, por temor a que dejen de consumirlos, sino, por la cantidad de gente que existe en este planeta y que irá en aumento siempre y por la disminución de las reservas forestales. La celulosa arma a estos colosos de la cultura y el verbo, y se desarman los mismos por construirnos a nosotros. A estas alturas, no sé cómo equilibrar esto con alguna idea, porque nada hará que alguno pierda su importancia, ni salvará más o menos al otro de la extinción…
Tic Tac
El tiempo ha hecho que por nuestra red virtual, ediciones de libros estén disponibles para todos (o algunos pocos), mas estoy segura que muchos siempre preferirán imprimirlos, tenerlos como objeto de medio kilo o menos sobre algún pupitre o cómoda, provocando que al final obtenerlos sea sencillo pero, de todas maneras, dando la menor importancia a cómo dejarlos con nosotros por más tiempo, una burla para su finalidad.
Son letras, comas, palabras, puntos aparte, seguidos, entre lineados, paréntesis, cursivas, mayúsculas, agudas, graves, puntos y comas, que están ahí sin ser recordados pero reconocidos por nuestra entonación subconsciente que nunca les da las gracias por la buena gramática.
Sentada a un lado de la estufa a gas, una pila de fotocopias de Hauser, Ramírez y Proust esperan, en tanto, una pila de discos y se ríen a carcajadas de las obras que aún no termino, mofándose de aquellos compañeros de soledades, inviernos, resfríos y desamores que empolvados duermen para evitar recordar su descanso forzado. Mas ellos lo tienen todo, ese devenir, el ser vueltos a hojear, ser tocados por primera vez y otra vez primera, ese perfume significativo y único que siempre recordaré y diferenciaré en cada uno y por sobre cada uno, ese recuerdo de su entrega, la memoria de lo que vivimos.
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