Como a eso de las seis de la tarde llegan al departamento de Helena. El pasillo angosto le da protagonismo a ella, quien algo nerviosa saca de su bolso las llaves, en tanto, Andrés la mira y espera sin prisa detrás para entrar a la casa.
Pasa el rato y se deciden a tomar once. Un gran silencio inunda la sala. Sobre la mesa dos cafés aguardan ansiosos para comenzar el ritual vespertino. Sin embargo, Andrés aleja sus pensamientos de la mesa, cuarto, edificio, ciudad y se pierde mientras Helena le acompaña charlando.
El café de Andrés concentra toda su atención. Él lo mira detenidamente, pareciera que nunca hubiera visto una taza hecha de esa forma y observa meticulosamente todo lo que rodea a la taza, mantel, cuchara y los giros del líquido humeante que lo van atrapando cada vez más en sí mismo. Es allí donde Andrés comienza a olvidar su nombre y su respiración comienza a acelerarse. Su pecho se angustia, no existe nadie capaz de acompañarlo en esta soledad inmensa. Siente que todo su mundo agoniza y que es sólo aquella hermosa taza quien pareciera entenderlo como nadie en este planeta.
De repente, una delicada mano entra a sus pensamientos. Lo acaricia suavemente y sin querer interrumpe su total concentración. Sus suaves modos captan la atención y Andrés regresa de aquel transe que hace unos instantes invadió a su cuerpo.
Pasaron las horas y el ambiente se colmó de emociones primaverales. Helena invitó a Andrés a su pieza, mas antes de entrar quiso impresionarlo dejando las cortinas cerradas y la luz del velador encendida. Ellos entraron al lugar y el cuarto se inundó de romanticismo y, sin querer, ambos se converteron en cómplices de lo que iba a suceder.
Ella lo miró con nerviosismo, jugó con su pelo, sonrió, deslumbró y coqueteó provocando así a que Andrés diera el primer paso. Fue allí entonces cuando él sintió la señal.
Lentamente se acercó a ella, Helena algo ansiosa brillaba mientras sentía la respiración de Andrés acercarse. Con decisión él cerró el espacio que faltaba para acercarlos aún más, llegando así al velador con delicadeza. Helena ansiosa temblaba mientras lo miraba absorta. Andrés apaga la luz.
Se hace un gran silencio, todo indica que ambos se encuentran sumidos en una especie de romántica escena. Se escuchan unos leves ruidos, luego unos pasos se van acercando al velador en donde estaba la lámpara. Andrés enciende la luz.
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