Mira sus alas, mira que hermosas, su gracia me aterra, me atrapa, ella me enloquece junto con todo esto porque quiero tenerla, la necesito ¡Maldición! Sé que juré, sé que nunca volvería a pensar en ella, pero vuelvo a recordarla, sus alas, es perfecta...
Sé que mató a su padre, que huyó desde su pueblo hacia quien sabe dónde, además me han dicho tantas cosas torcidas de ella. Sé que asesina, que devora todo a su paso, me han contado incluso que está maldita y que desde sus ojos lleva el odio de su karma. Pero ni siquiera eso me aleja, no me importa porque quiero verla, no me importa, quiero hablarle ¿Qué dirá ella si me ve? Sé que es fría, mentirosa, impredecible y a pesar de ello no quiero creer que no me recuerda.
Tenía sólo trece años, sin parientes o hermanos. En la escuela nadie jugaba conmigo, era el que miraba a la gente pasar sin intervenir, era un extraño que inquieto pensaba y nunca decía mucho. Era torpe con la aritmética, bueno en artes y algo me gustaba la biología. Me gustaban las cometas, pintaba a veces sobre las murallas de un viejo hostal, siempre quise ser un gran dibujante. Recuerdo que fue a mis trece años cuando la vi por primera vez. Ese día estaba algo nublado, recuerdo que manché mi camisa con algo de acuarelas. Ese día el agua inundaba todo el comedor, el teléfono sonaba una y otra vez. Mi madre maldecía a mi padre, yo aterrado no sabía cómo reaccionar y comencé a mirar por cada una de las ventanas del lugar, gemí luego al verlo sobre el piso ¡alguien me ayude por Dios! ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Sáquenlo de aquí! Y después sólo fingí. Ayudé a mi madre, conversé un rato con unos hombres de azul y cascos algo absurdos. Subí al ático, abrí la ventana, oí a mi corazón reír descontrolado, desabotoné mi camisa y antes de saltar ella me miró.
Estaba sentada con los brazos cruzados, su cabello largo brillaba al extremo del ático a causa del tragaluz de la esquina. Miré sus alas por largos segundos, invadí su risa, sus manos, imaginé como podrían ellas quitarme la sed, la maldita angustia, el tabaco de mi madre, las desgracias de aquel hombre sobre el piso e hipotetisé una vida sin peligros junto a ella, junto a “mi pequeña ella” que perdí por dudarlo al verla tan de cerca sin preguntarle el nombre y sin poder dejar mi soledad.
Hace unas semanas que cumplí veintiséis y no había vuelto a pensar en ella hasta este día. Revise unos libros, postergué todas mis visitas hasta noviembre, retomé mi búsqueda y comencé preguntando por cada rincón de Loen. Eran sus alas, los antiguos olores, en cada cosa de mi habitación que me rodeaban como espantos y laberintos. Fui al médico, con el sacerdote, llamé a la policía, visité el hogar de vagabundos, telegrafié a los más cercanos y no hayé más que plumas, restos rotos, historias inconexas y a mi madre.
Pasaron dos meses, luego cuatro, mis manos comenzaron a tiritar por las mañanas, no podía probar comida si no llegaba alguien y me obligaba a hacerlo, me puse flaco y desgarbado. Me la pasaba llorando toda la semana sin razón alguna, gritaba mientras mi madre fenecía en su cuarto, gritaba hasta que llegaba la noche y el cansancio me dormía en pesadillas, esas de extrañar a eso que ni siquiera tiene nombre y lo sé... ¡Era ella! ¡Sé que debe ser por ella!
Recuerdo que, en una de esas búsquedas nocturnas por los bares, un viejo despertó mi curiosidad al hablar acerca de una mujer con alas la que, según él, lloraba de hambre cerca de la estación de trenes del pueblo de Qeroal, posaba sus maldiciones en los hospitales de Seintúd, que viajaba por las estaciones con los vagabundos y estaba en tantos lados como la peste diseminada en nuestra comida. Y no pude evitarlo, quería acercarme, callarlo ¡Golpearlo! ¡Maldito viejo! La gente me atrofiaba el paso, se agolpaba para oírlo y él con más ahínco contaba sus historias, detallando como si hubiera visto cada forma de ella, su olor, sus ojos, su piel ¡Él no paraba de hablar! Decía que ella tenía el mal en sus entrañas y que su maldad se alimentaba del miedo de la gente, del derredor frío de nuestra gente hambrienta, de las malditas guerras. Mas no lo pude evitar ¿cómo no callarlo? ¿Cómo no defenderla? ¿Cómo no sabe que ella es pura y bondadosa? Pero ese hombre está loco y era su mirada la que lo delataba esa noche.
Mientras el seguía vociferando mi ira iba en aumento, me subió el odio hasta las ideas y las ideas llevaron a mis pasos a acelerar la rabia. Caminé, sudé, lo increpé y desde mi bolsillo saqué mi pluma edición noventa para abalanzarme sobre su mesa, tiré unos billetes ¡Viejo Maldito! ¡Viejo asqueroso! ¡Viejo mal nacido! Y sobre su maldita garganta atravesé la pluma. Estaba demente gritando, lloraba y él ya no era un hombre. La mesera vuelta loca comenzó a pedir ayuda, la gente casi discapacitada observaba con morbo el cruento espectáculo y mientras la sangre se pudría en mi interior, sentía que ahora ese maldito ya no podría hablar más de ella.
Corrí lejos, tapé mi rostro con mi bufanda oscura, boté mis ropas hasta quedar casi desnudo, huí lo más que pude, sin embargo nunca dejé de oírlos a lo lejos. Los cascos de los caballos movían el piso de Qeroal, resonaba mi corazón como puntas asesinas. Y otra vez la sentí cerca. Ella estaba allí, mirándome, cuidándolo todo, tan cerca estábamos el uno del otro que mi corazón reía al saber que quizás hoy sería la última espera.
Y ahí estaba ella. Llegué hasta el puente del río Sprohën, ella tranquila me indicó el sendero para dejar atrás a la policía. Desamarré mis zapatos con torpeza sin quitarle la vista de encima. Estaba tan hermosa, brillaba como la primera vez que la vi, era ella, su figura algo había cambiado pero ¡era ella! su postura, su sonrisa, siempre supe que la volvería a ver y que ella no me había olvidado. Y de pronto se aleja ¡Espérame! ¡Hey! Tiré mis zapatos descontrolado, corrí por ella mientras del otro lado me decía que la siguiera con sus miradas. Casi podía besarla, casi podía dar todo por ella.
Las luces de la policía distraen mi atención mientras las balas detonan la caída ¡No nos separarán Malditos! ¡Por aquí rápido! ¡Espera! ¡Allí está! ¡Malditos! ¡Allí está! ¡Alto! ¡Déjenme en paz! ¡Disparen! ¡Por aquí! Contengo la respiración hasta que el agua sujeta todo mi cuerpo, mi cabeza está confusa, apenas distingo el fondo del agua, tengo miedo ¿Dónde están tus alas? Todo se llena de agua, ella me enloquece junto con todo esto ¡Sáquenme! ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Ayúdame! Esos hombres ¡Abrázame! ¡Por Dios! Siento algo extraño ¿Dónde están tus alas?